domingo, 31 de agosto de 2008

Toco tu boca...




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


Rayuela, Capítulo VII. Julio Cortázar.

Y el ganador es...




Jules Florencio Cortázar (Ixelles, Bruselas, Bélgica, 26 de agosto de 1914 - París 12 de febrero de 1984). Es considerado uno de los escritores más innovadores y originales de su época, maestro del cuento, la prosa poética y la narración breve en general, comparable a Jorge Luis Borges, Anton Chéjov y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en America Latina, dividiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal y donde los personajes adquieren una autonomía y una profundidad psicológica pocas veces vista hasta entonces.

domingo, 10 de agosto de 2008

Eterno Horizonte

Cautivo en un mundo lleno de desdichas, preso en una burbuja de infortunios y reo en el azar falaz de la existencia, se susurra un “¿Por Qué?”. Sin percatarse de lo circundante, por un camino espinado anda errante un personaje exhausto, desgraciado y un tanto nauseabundo de llevar consigo el peso que le ha puesto a su vida misma.

Es tan solo un ente… Dos hilos casi incorpóreos penden de su cintura, difícilmente perceptibles se distinguen sus piernas pareciendo que se moviesen por sí solas pero en realidad marchando gracias a un viento ajeno al pequeño universo del hombre, que paradójicamente ha creado él mismo; es inconsciente acerca de lo que le espera pero aun así continua con aquel viaje sin sentido y a la vez enigmático.

No ha sido siempre un paseante solitario, varios senderos se cruzan por el suyo y solo unos pocos se dibujan paralelos ante él tan solo por un tiempo. Observa viajeros como él y en su interior se susurra otra pregunta —“¿Será alguno mi asilo?”—. Sin reparo alguno estira su dedo pulgar (la vieja costumbre de un forastero, buscando quien lo lleve), y permanece expectante que mientras con un paso enredado siente como el soplo que deja el pasar de aquellos responden con un acérrimo ¡no!

Pasa mucho tiempo antes de volver a sentir presencias; sin embargo la ultima pregunta que surgió dentro de sí y temiendo que pueda obtener la única respuesta que conoce se aleja raudamente. Algo raro sucedió entonces, puso su mirada al lado del camino y vio un cuerpo real con un rostro radiante, la mente del hombre intenta describir lo que percibe y piensa —mujer de baja estatura, cuerpo generosamente modelado con la más fina y afable piel de dama, facciones delicadas, labios carnudos y sumisamente suculentos y apetitosos; se encuentra entonces con algo especial e intempestivamente él deja salir de su boca un sonido con altos decibeles de felicidad… ¿Risa? Efectivamente era risa que se había escapado de su mente mientras esta permanecía atrapada en el éxtasis de ver como los ojos de la mujer se hacían pequeños, algo arrugados y aun más hermosos cuando sonreía. Con todo eso y su dulce voz la mujer despierta aquella parte del cuerpo del forastero que se encontraba en un estado de hibernación inducido, su corazón latía nuevamente aunque no coordinaba muy bien por falta de practica ya al menos lo hacia.

Desde aquel entonces los dos paseaban juntos por el sendero… Ya no era un camino difícil si permanecían juntos. No transcurrió mucho tiempo para que pasaran de andar cerca a caminar de la mano, así cuando uno caía el otro caminaba lo justo y necesario por los dos.

Rápidamente, después de la aparición el hombre pasó de ser un perdedor a un perdido, en el amor, la pasión, la ternura y la bondad de la mujer. Aunque no lo hubiese dicho, para el viajante el nombre de aquella mujer siempre hubiera sido Luz, la luz que sacó de un letargo emocional a su ser.

De ahí en adelante los corazones buscaron la perfecta armonía, en las noches se permiten un espacio a solas cada uno, son cuidadosos y saben perfectamente que así lo mas importante sea el derroche de pasión, euforia, deseo y amor; la razón y la sensatez son los guardianes que deben mantener apaciguada la exaltación que las emociones provocan. Sosegados y dispuestos, cada mañana se levantan y continúan haciendo su historia, y gracias a la lucidez que llega cada noche repentinamente una voz interrumpe el silencio de la mañana aun somnolienta. Es el hombre quien en mitad de la senda mueve su cuerpo y lo postra ante la incomparable imagen de su bella acompañante y escapa de su boca un inviolable y sacro pacto —aunque este camino no será condescendiente y benévolo con quienes lo transitan, aunque el tiempo quiera deteriorar algo como esto siendo en ese caso nuestro peor enemigo o quiera curar las heridas del pasado queriendo ser nuestro mejor y único aliado, absolutamente todo dependerá del amor que vivo por ti e indudablemente tú por mí—. De la mano sabia de la esperanza la pareja sigue encaminada hacia un futuro de gozo y complacencia, el amor es el combustible que alimenta un par de cuerpos mortales a tal punto de hacerlos casi etéreos. Sin embargo, el camino mismo que se traduce para cada uno de ellos como su vida, se encarga de recordarles que son tan solo un par de seres perecederos y fugaces. La siempre eterna y constante premisa de la perfección con rastros imborrables de fealdad hace su aparición. ¡No es posible! El caminante de repente cae al suelo, su acompañante angustiada cae de rodillas a su lado, al parecer los dos saben que sucede, al parecer, el caminante ha cumplido con su tarea. Su hora ha llegado, antes de que su energía corporal se extinga, dice a su Luz con voz entrecortada sus últimas palabras: “Tu eres la respuesta a mi pregunta, pensé en que era imposible que esta fuese una historia sin fin pero ahora me doy cuenta que así mi energía sea imperceptible a tus sentidos, trascenderá al horizonte donde será tu guía, y será una historia de amor sin fin alguno gracias a la complicidad de una y mil eternidades. Te amo mi luz”.

Juan Estéban Pombo. 20 años. Bogotá, Colombia.

domingo, 3 de agosto de 2008

Cuento a dos manos (Corregido)

Una tarde fría de junio a las afueras de la ciudad de Barranquilla Pablo, como de costumbre, escribía algunos versos. Sentado en un taburete, en la choza de paja en la cual residía, mientras escuchaba el soneto de un acordeón, reclinó su silla contra la pared de barro y guadua, recordando algún fragmento de José Félix Fuenmayor: "Verdad que yo sé que con mi flacura cada día se me ha ido saliendo el esqueleto más y más para afuera". Esto lo llevó a descubrir su cuerpo escuálido, y pensó que en sí mismo habría un buen cuento para escribir, pero recordó las caderas de Tomasa meneándose en el litoral al son de una cumbia y un tambor taciturno.
Tantas y tantas ideas volaban por su cabeza, como la silueta de las garzas reflejadas en el Mar Caribe, o como un sinnúmero de historias, similares a granos de arena… En ese momento pensó en escribir sobre la cerveza que bebía, u hondar en el tema de las mujeres vendedoras de cocadas de trajes coloridos asomarse con el acostumbrado vaivén de su cintura.
Luego miró, reclinado en su viejo sillón, aquel cielo colosal que le gritaba que tal vez no estaría tan sólo mientras una inmensidad lo cobijara así cada despertar. Olvidó aquel traspié tratando de plasmar algo en un papel amarillento cercano, a causa de tanta desesperación por no encontrar la combinación de las precisas letras. La última idea disparatada que se le pasó por la cabeza fue escribir un "manual para fumar un cigarrillo confortablemente", manual que seguramente lo sacaría de aquel anonimato de horas y horas tratando de escribir algo que agradara a alguien. Posiblemente esa seria su recompensa por horas y horas, tratando de transformar y reinventar palabras
— ¡Qué carajos!—, le gritó el flacucho hombre al cielo exasperante. Rendido ante este hizo trizas la hoja de papel, quebró el lápiz y se fue, directamente, al mar: ahogó sus penas en yodo, sal y agua.

Esa tarde el ocaso tal vez no salió. Agradeció a Dios de que, ni si quiera la puesta de Sol, presenciara su rendición absoluta. Frágil a la inclemencia de las palabras, escudriñaba entre los corales y los peces plateados la "chispa" que pudiese encender la leña de su imaginación.

Atención:

Se venden poetas existencialistas a mitad de precio.

Tal y como lo hacen…


Tal y como lo hacen…

A Alvaro Cepeda Samudio

—Teresa, ¿Alvarito no te pidió que fueras a su casa a buscar una caja?

Teresa estaba sentada en la mesa, leyendo cuentos infantiles. Su madre, que estaba en la cocina preparando atún, repitió:

— Teresita. Ve a la casa de Alvaro a buscar la caja.

La pobre, que había permanecido durante horas leyendo cuentos de Rudyard Kipling, tuvo que despegar sus ojos del libro y atender la orden de su madre. Tiró el entretenido texto sobre la cama, y prometió leerlo durante la madrugada. Así, con la misma ropa que llevaba puesta anoche, y con unas chancletas color azul, salió corriendo hasta la casa de Alvaro. Era una travesía muy arriesgada, ya que tenía que transitar vías, doblar esquinas, cruzar calles, y sumado a esto el viaje ponía a prueba su resistencia atlética, como aquellos que veía en la sección deportiva del Diario del Caribe. El calor del suelo casi calcinaba las suelas su calzado, lo cual le exigía alargar los pasos para apresurarse, pues a Alvaro no le gustaban los retrasos, eso ella muy bien lo sabía. Estaba ansiosa por llegar a la casa de El Nene que, según su madre, le tenía una grata sorpresa.

Hasta que llegó. Observó la gran puerta blanca que se encontraba justo después del jardín de flores rojas de su terraza. Mientras caminaba contaba los pasos, y trató de adivinar la hora mirando el Sol, como lo hacía Quique. Pero qué va: no pudo lograrlo: quién sabe cómo lo hacía el descarado, pero lo que sí pudo ver Teresa fue una mancha negruzca indeleble, que seguía su mirada adónde fuera.

Tocó la puerta incansablemente, al parecer no había nadie en casa. Poniendo su peso sobre la cintura derecha —tal y como lo hacen todas las chicas de su edad—, y enredando el dedo índice con su cabello castaño, esperó varios minutos. A través de la ventana de barrotes pintados forzosamente de blanco —un blanco que luchaba contra la testarudez del tiempo—, pudo observar a Juana, que llevaba en su mano unas agujas y trapos viejos.

— Hola, Tere, ¿qué haces por aquí?

Fue como un saludo de amigas de escuela.

— Qué tal, Juana. Vengo a ver si está Alvaro.

— ¿Alvarito? No, no está. Por aquí lo vino buscando Noé y se me escapó. Pero qué te parece si…

— ¿No sabes dónde estará?—interrumpió Teresa.

— ¿Dónde más, bobita?—pronunció jocosamente, con ánimos de burlarse. —Pues en La Cueva.

— ¿Será que sí me dejan entrar?—preguntó, mordiéndose la uña del dedo pulgar, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

— Tranquila… Si te llevas una escopeta en la espalda, seguro que entras. Espera, creo que él tiene una escondida por aquí.

Juana corrió a la sala de estar, sacando de una gaveta polvorienta y cubierta por telarañas una escopeta, cerciorándose de que no tuviera balas. Teresa no supo si regresaría, sólo hasta cuando escuchó el sonido de sus cabellos metálicos, moviéndose de un lado para otro.

— Aquí está, y no tiene balas—aclaró Juana, y luego sonrió.

— No te preocupes, yo no mato futbolistas, de ninguna manera.

Juana quedó desconcertada, sin respuestas en la base de datos, como diríamos ahora. Ni un adiós, ni nada: inmediatamente cerró la puerta, aunque ya Teresa le había dado la espalda, riéndose y tapándose la boca, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

Todas las miradas acechaban a Teresa, que tenía que hacer lo que sea para entrar a La Cueva. Recordaba las palabras de Alfonso diciéndole: “como entres a La Cueva, te saco a patadas”. Y a Figurita respaldándolo:

— Vas a ver: como me entere de que estuviste por aquí, le digo a tu papá que no te vuelva a llevar a Salgar.

Pero Teresa sabía que ahí estaba El Cabellón para sacar el hombro por ella. El mismo que le regalaba chocolaticos cada vez que venía de Nueva York, y supuso que si la sorpresa era inmediata, no podía dejar esperándolo.

La Virgen del bulevar de la Calle del Progreso levantó su brazo derecho para indicarle por dónde debía ir: dos cuadras abajo, casi llegando al final de Barranquilla, estaba el recinto de los intelectuales sin corbata, de los cazadores de palabras.

Alvaro, Noé y Alfonso estaban sentados en una mesa, discutiendo sobre la migración de los rolos hacia la Costa Atlántica.

— Esos cachacos —expresó Alvaro— se van a apoderar de esta ciudad. Tanto así que se va a llamar “Cachanquilla”.

Bebió un largo trago de Cerveza Águila, ese que tanto le gustaba.

Y Teresa, para no ser descubierta, se escondió en la parte de atrás de las barandas de madera, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad cuando no quieren ser descubiertas. Sin embargo, Alfonso reconoció el olor de su perfume: galleta de vainilla.

— Por aquí tiene que estar la pendeja esa—exclamó Alfonso. —Sal de ahí, Teresa.

Pero Teresa, negada a dejarse ver, siguió escondiéndose.

De repente apareció Alejandro, haciéndole señas a los tres, de que había encontrado a Teresa. Primero peinó su bigote con los dedos, y luego la agarró de las orejas. Teresa reaccionó con un “ay, ay, ay” intenso.

— ¡Ve, Alvaro, por fin cazamos algo!

— Eh, Alejo, cógela suave. —Dijo pasivamente Alvaro. La frase cayó como anillo al dedo, porque Alejandro apretaba sus orejas fuertemente, como si sostuviese un pincel.

Alejandro, aceptando la recomendación, soltó a Teresa y la levantó del suelo. “Esta va a ser tremenda”, debió pensar.

Al ponerse en pie, Teresa agarró los extremos de su falda, y saludó con una venia a los presentes, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

— ¿Qué haces por aquí, Tere?

— ¿Yo? Pues… mi mamá me dijo que tenía que ir a buscar una cajita a tu casa, dizque era una sorpresa.

— Ah, ya veo. El dic... —Alvaro se cubría la boca para dificultar la pronunciación.

— ¿El qué?—gritó Teresa.

— Sí, el diccionario que te iba a regalar. Resulta que Gabo se lo llevó, porque necesitaba uno. —Continuó—. Según él “se le podía quedar el léxico en el bus, con tan largo viaje”, y por eso se lo di.

— En qué problema te has metido, Alvaro —añadió Noé, burlándose—. De Teresa nadie se escapa.

Teresa estaba decepcionada, y Alvaro lo notaba en su cara. Nunca le había fallado, y ella siempre confiaba en su palabra. Afortunadamente pudieron encontrar una solución.

Cada miércoles, después de llegar del colegio, Teresa se iba directo para La Cueva. Obviamente era incómodo para el resto tener a una niña dentro del compinche, pero Alvaro acordó gastar las cervezas durante un mes si la dejaban entrar. Ante esa promesa nadie se negó.

De todas maneras llevaba sus libros de Kipling y Juan Ramón Jiménez al bar, para preguntarle por cada palabra que desconocía, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

Christian Barandica Ruiz.

Filosofías (José Asunción Silva)

De placeres carnales el abuso,
de caricias y besos,
goza, y ama con toda tu alma, iluso;
agótate en excesos.

Y si de la avariosis te librara
la sabia profilaxia,
al llegar los cuarenta, irás sintiendo
un principio de ataxia.

De la copa que guarda los olvidos
bebe el néctar que agota:
perderás el magín y los sentidos
con la última gota.

Trabaja sin cesar, batalla, suda,
vende vida por oro:
conseguirás una dispepsia aguda
mucho antes que un tesoro.

Y tendrás ¡oh placer! de la pesada
digestión en el lance,
ante la vista ansiosa y fatigada
las cifras de un balance.

Al arte sacrifícate: ¡combina,
pule, esculpe, extrema!
¡Lucha, y en la labor que te asesina,
—lienzo, bronce o poema—

pon tu esencia, tus nervios, tu alma toda!
¡Terrible empresa vana!
pues que tu obra no estará a la moda
de pasado mañana.

No: sé creyente, fiel, toma otro giro
y la razón prosterna
a los pies del absurdo: ¡compra un giro
contra la vida eterna!

Págalo con tus goces; la fe aviva;
ora, metida, impetra;
y al morir pensarás: ¿Y si allá arriba
no me cubren la letra?

Mas si acaso el orgullo se resiste
a tanta abdicación,
si la fe ciega te parece triste,
confía en la razón.

Desprecia los placeres y, severo,
a la filosofía,
loco por encontrar lo verdadero,
consagra noche y día.

Compara religiones y sistemas
de la Biblia a Stuart Mill,
desde los escolásticos problemas
hasta lo más sutil.

De Spencer y de Wundt, y consagrado
a sondear ese abismo
lograrás este hermoso resultado:
no creer ni en ti mismo.

No pienses en la paz desconocida.
¡Mira! al fin, lo mejor
en el tumulto inmenso de la vida
es la faz interior.

Deja el estudio y los placeres; deja
la estéril lucha vana,
y, como Çakia-Muni lo aconseja
húndete en el Nirvana.

Excita del vivir los desengaños
y en soledad contigo
como un yogui senil pasa los años
mirándote el ombligo.

De la vida del siglo ponte aparte;
del placer y el amigo,
escoge para ti la mejor parte
y métete contigo.

Y cuando llegues en postrera hora
a la última morada,
sentirás una angustia matadora
de no haber hecho nada...

Y el ganador es...


José Asunción Silva, uno de los más destacados y eminentes poetas colombianos, nació en Bogotá el 27 de noviembre de 1865 y murió en esta misma ciudad, el 23 de mayo de 1896. Su obra poética es escasa y muy innovadora e influyente; arranca con un romanticismo de tono becqueriano para terminar presagiando el Modernismo.

lunes, 7 de julio de 2008

Cuento a dos manos (Aunque no le gusten al Profe)




Era una tarde fría de junio en las afueras de la ciudad de Barranquilla y Pablo, como de costumbre, escribía algunos versos. Se encontraba sentado en un taburete, en la choza de paja en la cual residía.
Reclinaba su silla contra la pared de barro y guadua, recordando algún fragmento de José Félix Fuenmayor: "Verdad que yo sé que con mi flacura cada día se me ha ido saliendo el esqueleto más y más para afuera". Observaba su cuerpo escuálido, y pensó que en sí mismo habría un buen cuento para escribir, pero recordó las caderas de Tomasa meneándose en el litoral al son de una cumbia y un tambor taciturno.
Tantas y tantas ideas volaban por su cabeza, como las garzas que lo hacían sobre el Mar Caribe, o tal vez lo veía como un sinnúmero de historias como granos de arena del mar que tenía que contar –una por una-: quería escribir sobre la cerveza que en ese instante bebía, u hondar en el tema de las mujeres vendedoras de cocadas con sus trajes coloridos y el vaivén de sus piernas y cinturas.
Luego miró, reclinado en su viejo sillón, aquel cielo colosal que le gritaba que tal vez no estaría tan sólo con una inmensidad que lo cobijara así cada despertar. Olvidó aquel traspiés tratando de plasmar algo en el papel amarillento que tenía en su mano y que, por tanta desesperación, ansiaba romper. La última idea disparatada que se le pasó por la cabeza fue escribir un "manual para fumar un cigarrillo confortablemente", manual que seguramente lo sacaría de aquel anonimato de horas y horas tratando de escribir algo que agradara a alguien. Posiblemente esa seria su recompensa por horas y horas, tratando de transformar y reinventar palabras
-¡Qué carajos!-, le gritó el flacucho hombre al cielo exasperante. Se había rendido, y como prueba de ello hizo trizas la hoja de papel, quebró el lápiz y se fue, directamente, al mar: ahogó sus penas en yodo, sal y agua.
Esa tarde el ocaso tal vez no salió. Agradeció a Dios de que, ni si quiera la puesta de Sol, presenciara su rendición absoluta. Frágil a la inclemencia de las palabras, escudriñaba entre los corales y los peces plateados la "chispa" que pudiese encender la leña de su imaginación.

Fin.

Jenny Paola Bernal y Christian Barandica

viernes, 4 de julio de 2008

74


Mutter,
me prometes
que uno de tus dioses
nos protegerá.
La larga noche ha llegado,
Nosotros estamos en la lista
Somos amigas, Mutter,
alguien nos
ha enlistado.
Leemos juntos en voz alta,
nuestros traspiés.

Selnich Vivas Hurtado.
Colombia, Alemania.

Declaración


Te amo tanto

[que si me lo pidieras]

te ahorcaría,

[y con tu sangre siniestrada]

pintaría con uno de mis dedos

en la pared tu nombre

como dedicatoria,

[al cadáver reposado]


Edison Diaz.
"Colombia" (Entre comillas)

Las directivas del Zoológico recomiendan...

Hola a todos, nuevamente. Con el afán de hacer enlaces y recomendaciones de otros "desocupados" como nosotros, hemos pactado amistad con los blos (no blogs, viva la Lengua Madre):
  1. POETAS DE ANDÉN: http://poetasdeanden.blogspot.com/ y;
  2. EL BACABLOG (de la revistas El Bacanal): http://elbacablog.blogspot.com
La Alianza perdura hasta que acabe la guerra...
-¿De quién estamos hablando?

jueves, 3 de julio de 2008

En el ring


Quién diría que mi profesión sería la de odontólogo razo, nosólogo empírico y físico-culturista de tarima adornada por cuatro barrotes en cada esquina, encarcelado en cabuyas aterciopeladas. Y como doctor de título conferido por mis compañeros, he conocido muchos tipos de pacientes: los que vienen para que les tome una muestra de sangre, o los que acuden a mí para realizarles una incapacidad voluntaria. Todos saben que es gratis, y gracias a Dios no me ha tocado a mí pasar por esas circunstancias, o como diría el "chicken" Fernandez, "echarle una visita al consultorio".
Antes de ponerme los guantes, lo primero que hago es tronarme los dedos. Uno por uno, desde el meñique hasta el pulgar, de diestra a siniestra, ninguno se escapa del ejercicio. Míster Charles me dice que no lo haga, que algún día tanta tronadera me dará artritis. No le creo, y en el trance de mi actitud quejumbrosa continúa la actividad. Después de la primera pelea de la noche -la que acabo de relatar-, voy al altar improvisado que se encuentra en el toilet -porque hay que internacionalizarse ante el público-, le rezo a la Santísima Virgen de Chiquinquirá para evitar un dolor de muelas y me tiro como super héroe a los espectadores. Con una ligereza casi que espontánea, formo con mi columna un ángulo de 100º para pasar por debajo de las cuerdas.
El manager y la chica retaguardia están a la expectativa con los resultados en el cuadrilátero, donde yo soy el gallo bélico y ellos los monigotes que manejan al títere. Sin embargo, con tal de llevar algo de bucólico a la casa y contentar a mi madrecita -a pesar de los porrazos- hago lo que sea. Total, prefiero ser un pendejo para las peleas que un atareado para los negocios de limpieza, o alguna de esas otras ocurrencias indebidas.
Así terminará algún día mi tabique roto, o mis nudillos bien lastimados, pero todos sabran que "el doctor" hizo su trabajo y cumplió su juramento.

Papagayo Maldiciente Pérez.
Panamá.

Caballero Andante


Es bueno a veces
ensillar el decrépito caballo
y vestir nuestra triste figura
con la vieja armadura del abuelo.

Es bueno a veces...
Aunque nadie comprenda
nuestra empresa
y hasta la noble Dulcinea
se burle sin piedad
de nuestros sueños

Antonio Silvera Arenas

Antonio Silvera Arenas (Barranquilla, 1965), es autor de los poemarios: Mi sombra no es para mí (1990), Edad de hierro / Mi sombra no es para mí (1998) y Cuesta trabajo (2006).

miércoles, 2 de julio de 2008

Adiós al Siglo XX


a Alvaro Mutis

Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.


Eugenio Montejo, 1938-2008

martes, 1 de julio de 2008

Instrucciones para subir una escalera


Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

Julio Cortázar

Breve 1

Dime… Qué se siente tener
Los muslos de tu amada, Junto a tus mejillas,
Sentir su aliento al despertar
Negarle un beso para enamorarle más,
Escribirle versos que jamás entenderá.

Sobre la "frustración del autito a cuerda"


La esperanza que depositamos en el acto de dar rosca durante largo rato a un autito a cuerda por lo general nunca recibe la ansiada reciprocidad por parte de la apática, solitaria y breve carrera en que el autito se desliza sin mayor gracia que la observable. Muy por debajo a la gracia que uno se espera luego de invertir tantas vueltas de cuerda (acción que indudablemente es desesperante).
Tal frustración vacía experimenta el individuo que descubre que el esfuerzo o el sufrimiento invertido durante parte de su vida, participa en una especie de parodia de cupones-descuento donde, tal sacrificio, vale apenas por el 15% (en los mejores casos) de remuneración en felicidad del tipo que sea.

Ariel David Roldán.
Argentina.

Aviso


Todo animal que entra en esta jaula tiene derecho a dejar sus depósitos. Hágalo en: paolabernalf@gmail.com o crab_012@hotmail.com. Son válidos cuentos, poemas y otros aportes...

lunes, 30 de junio de 2008

Ya no soy el que creías, Josefina


Ya no soy el que creías, Josefina.
Aquel muchachito hechizado
por los artilugios de tus sopas de domingo.
El que se comía los cuentos
de la cigüeña y el mohán.
No, Josefina, ya no soy de esos.
Ahora soy un letrado troglodita
que busca en los densos libros
lo que alguna vez me dieron tus caldos.

Y ahora que te necesito, camino
por las calles polvorientas de tu pueblo
-protegiéndome del Sol aplastante-
para entrar en el trance de tu compañía.
Mas te dejo una advertencia pecaminosa:
ya no soy el que viste,
quien creías,
Josefina.

Ya no busco esconderme en polleras
ni cantar rondas bajo la luna,
ni jugar al escondite por los pasillos de la casa.
Sólo te busco a tí, Josefina:
regálame el artificio que alguna vez
me revelaste en la inocente infancia.

Qué te vas a acordar Isabel (Raúl Gómez Jattin)

Que te vas a acordar Isabel
De la rayuela bajo el mamoncillo de tu patio
De las muñecas de trapo que eran nuestros hijos
De la baranda donde llegaban los barcos de La Habana cargados de…
Cuando tenías los ojos dorados
Como pluma de pavo real
Y las faldas manchadas de mango
Que va
Tu no te acuerdas
En cambio yo no lo notaste hoy
No te han contado
Sigo tirándole piedrecillas al cielo
Buscando un lugar dónde posar sin muchas fatigas el pie
Haciendo y deshaciendo figuras en la piel de la tierra
Y mis hijos son de trapo y mis sueños de trapo
Y sigo jugando a las muñecas bajo los reflectores del escenario
Isabel ojos de pavo real
Ahora que tienes cinco hijos con el alcalde
Y te pasea por el pueblo un chofer endomingado
Ahora que usas anteojos
Cuando nos vemos me tiras un “que hay de tu vida”
Frío e impersonal
Como si yo tuviera de eso
Como si yo todavía usara eso

Un negocio interrumpido

- ¿De cuánto estamos hablando, jefe?
Giacomo había intentado observar los ojos de su socio, pero éstos se refugiaban en la sombra que les propiciaba su sombrero de ala. Luciano meditó la respuesta, exhaló y se decidió a lanzarla:
- Son doscientas cajas de wkisky traídas de las Bahamas.
Tomó su mano de cartas para abanicarse y al mismo tiempo evitaba que su partido fuese visto. Aunque, a pesar de todo, pensó que era más importante sobrevivir al verano que perder una simple partida de póquer.
- Nuestros hombres irán esta noche con los camiones de carga. Espero que estén listas para ser distribuídas-. Le habló como si se tratase de un amigo de primaria.
- Pierda cuidado, Giacomo-. Una carcajada críptica acompañó la exclamación. Luciano se burlaba de la cara de retrato hablado de su cliente. Se sintió un leve crujido en el techo.
- Mauro, traiga una botella de whisky de las Bahamas-, dijo el jefe. Inmediatamente tornó su rostro hacia Giacomo, y con tentativo ademán volvió a la conversación.
- Verá usted, amigo, -tosió fuertemente y pidió disculpas-, la gran calidad de este alcohol. No se puede pedir más.
Habían transcurrido cinco minutos y cuarenta y dos segundos cuando Mauro apareció con una botella en su diestra y tres pequeños vasos en su mano izquierda.
- Aquí está el whisky, signore.
Tenía una etiqueta plateada con un nombre impreso: Rocaverde.
- ¿Y por qué traes tres copas?- Arguyó el patrón.
- ¡Una para mí!
Luciano le dió un fuerte golpe en la tapa de los sesos: Mauro ya comprendía el significado de la respuesta de su jefe. Un segundo crujido ambientó el salón.
Habían cruzado palabras amistosas durante unos treinta minutos. El tercer sonido alarmante que provenía del techo pasó por desapercibido.
Los socios se encontraban en un estado máximo de embriaguez, donde no podían medir sus actos ni discernir entre sus acciones. Así, cuando escuchaban alguna canción popular, como "Bella Ciao", no hacían nada más que seguir el compás de la música dando golpes a la mesa de tapizado verde.
Cuando acabó la canción los dos comerciantes que, por causa del trago se habían convertido en camaradas, soltaron una gran carcajada. Tan imprevista como sus risas cayó la lámpara de cristal que se encontraba justo sobre ellos. El tosco sonido del golpe de la lámpara alertó a todos los trabajadores que se encontraban fuera del recinto. A pesar de todo, la reacción de Giacomo y Luciano fue totalmente distinta.
- ¡Sabía que tenía que reparar el techo!

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Bienvenidos al Zoológico de la Lectura: un espacio sin barrotes, un lugar donde compartir...
A partir de esta publicación se mostrarán lecturas, fragmentos, poemas, cuentos, y un sinnúmero de expresiones literarias (y también artísticas), de lo que estos animales con razón podemos llegar a ser y a hacer.