jueves, 3 de julio de 2008

En el ring


Quién diría que mi profesión sería la de odontólogo razo, nosólogo empírico y físico-culturista de tarima adornada por cuatro barrotes en cada esquina, encarcelado en cabuyas aterciopeladas. Y como doctor de título conferido por mis compañeros, he conocido muchos tipos de pacientes: los que vienen para que les tome una muestra de sangre, o los que acuden a mí para realizarles una incapacidad voluntaria. Todos saben que es gratis, y gracias a Dios no me ha tocado a mí pasar por esas circunstancias, o como diría el "chicken" Fernandez, "echarle una visita al consultorio".
Antes de ponerme los guantes, lo primero que hago es tronarme los dedos. Uno por uno, desde el meñique hasta el pulgar, de diestra a siniestra, ninguno se escapa del ejercicio. Míster Charles me dice que no lo haga, que algún día tanta tronadera me dará artritis. No le creo, y en el trance de mi actitud quejumbrosa continúa la actividad. Después de la primera pelea de la noche -la que acabo de relatar-, voy al altar improvisado que se encuentra en el toilet -porque hay que internacionalizarse ante el público-, le rezo a la Santísima Virgen de Chiquinquirá para evitar un dolor de muelas y me tiro como super héroe a los espectadores. Con una ligereza casi que espontánea, formo con mi columna un ángulo de 100º para pasar por debajo de las cuerdas.
El manager y la chica retaguardia están a la expectativa con los resultados en el cuadrilátero, donde yo soy el gallo bélico y ellos los monigotes que manejan al títere. Sin embargo, con tal de llevar algo de bucólico a la casa y contentar a mi madrecita -a pesar de los porrazos- hago lo que sea. Total, prefiero ser un pendejo para las peleas que un atareado para los negocios de limpieza, o alguna de esas otras ocurrencias indebidas.
Así terminará algún día mi tabique roto, o mis nudillos bien lastimados, pero todos sabran que "el doctor" hizo su trabajo y cumplió su juramento.

Papagayo Maldiciente Pérez.
Panamá.

No hay comentarios: