domingo, 31 de agosto de 2008

Toco tu boca...




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


Rayuela, Capítulo VII. Julio Cortázar.

Y el ganador es...




Jules Florencio Cortázar (Ixelles, Bruselas, Bélgica, 26 de agosto de 1914 - París 12 de febrero de 1984). Es considerado uno de los escritores más innovadores y originales de su época, maestro del cuento, la prosa poética y la narración breve en general, comparable a Jorge Luis Borges, Anton Chéjov y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en America Latina, dividiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal y donde los personajes adquieren una autonomía y una profundidad psicológica pocas veces vista hasta entonces.

domingo, 10 de agosto de 2008

Eterno Horizonte

Cautivo en un mundo lleno de desdichas, preso en una burbuja de infortunios y reo en el azar falaz de la existencia, se susurra un “¿Por Qué?”. Sin percatarse de lo circundante, por un camino espinado anda errante un personaje exhausto, desgraciado y un tanto nauseabundo de llevar consigo el peso que le ha puesto a su vida misma.

Es tan solo un ente… Dos hilos casi incorpóreos penden de su cintura, difícilmente perceptibles se distinguen sus piernas pareciendo que se moviesen por sí solas pero en realidad marchando gracias a un viento ajeno al pequeño universo del hombre, que paradójicamente ha creado él mismo; es inconsciente acerca de lo que le espera pero aun así continua con aquel viaje sin sentido y a la vez enigmático.

No ha sido siempre un paseante solitario, varios senderos se cruzan por el suyo y solo unos pocos se dibujan paralelos ante él tan solo por un tiempo. Observa viajeros como él y en su interior se susurra otra pregunta —“¿Será alguno mi asilo?”—. Sin reparo alguno estira su dedo pulgar (la vieja costumbre de un forastero, buscando quien lo lleve), y permanece expectante que mientras con un paso enredado siente como el soplo que deja el pasar de aquellos responden con un acérrimo ¡no!

Pasa mucho tiempo antes de volver a sentir presencias; sin embargo la ultima pregunta que surgió dentro de sí y temiendo que pueda obtener la única respuesta que conoce se aleja raudamente. Algo raro sucedió entonces, puso su mirada al lado del camino y vio un cuerpo real con un rostro radiante, la mente del hombre intenta describir lo que percibe y piensa —mujer de baja estatura, cuerpo generosamente modelado con la más fina y afable piel de dama, facciones delicadas, labios carnudos y sumisamente suculentos y apetitosos; se encuentra entonces con algo especial e intempestivamente él deja salir de su boca un sonido con altos decibeles de felicidad… ¿Risa? Efectivamente era risa que se había escapado de su mente mientras esta permanecía atrapada en el éxtasis de ver como los ojos de la mujer se hacían pequeños, algo arrugados y aun más hermosos cuando sonreía. Con todo eso y su dulce voz la mujer despierta aquella parte del cuerpo del forastero que se encontraba en un estado de hibernación inducido, su corazón latía nuevamente aunque no coordinaba muy bien por falta de practica ya al menos lo hacia.

Desde aquel entonces los dos paseaban juntos por el sendero… Ya no era un camino difícil si permanecían juntos. No transcurrió mucho tiempo para que pasaran de andar cerca a caminar de la mano, así cuando uno caía el otro caminaba lo justo y necesario por los dos.

Rápidamente, después de la aparición el hombre pasó de ser un perdedor a un perdido, en el amor, la pasión, la ternura y la bondad de la mujer. Aunque no lo hubiese dicho, para el viajante el nombre de aquella mujer siempre hubiera sido Luz, la luz que sacó de un letargo emocional a su ser.

De ahí en adelante los corazones buscaron la perfecta armonía, en las noches se permiten un espacio a solas cada uno, son cuidadosos y saben perfectamente que así lo mas importante sea el derroche de pasión, euforia, deseo y amor; la razón y la sensatez son los guardianes que deben mantener apaciguada la exaltación que las emociones provocan. Sosegados y dispuestos, cada mañana se levantan y continúan haciendo su historia, y gracias a la lucidez que llega cada noche repentinamente una voz interrumpe el silencio de la mañana aun somnolienta. Es el hombre quien en mitad de la senda mueve su cuerpo y lo postra ante la incomparable imagen de su bella acompañante y escapa de su boca un inviolable y sacro pacto —aunque este camino no será condescendiente y benévolo con quienes lo transitan, aunque el tiempo quiera deteriorar algo como esto siendo en ese caso nuestro peor enemigo o quiera curar las heridas del pasado queriendo ser nuestro mejor y único aliado, absolutamente todo dependerá del amor que vivo por ti e indudablemente tú por mí—. De la mano sabia de la esperanza la pareja sigue encaminada hacia un futuro de gozo y complacencia, el amor es el combustible que alimenta un par de cuerpos mortales a tal punto de hacerlos casi etéreos. Sin embargo, el camino mismo que se traduce para cada uno de ellos como su vida, se encarga de recordarles que son tan solo un par de seres perecederos y fugaces. La siempre eterna y constante premisa de la perfección con rastros imborrables de fealdad hace su aparición. ¡No es posible! El caminante de repente cae al suelo, su acompañante angustiada cae de rodillas a su lado, al parecer los dos saben que sucede, al parecer, el caminante ha cumplido con su tarea. Su hora ha llegado, antes de que su energía corporal se extinga, dice a su Luz con voz entrecortada sus últimas palabras: “Tu eres la respuesta a mi pregunta, pensé en que era imposible que esta fuese una historia sin fin pero ahora me doy cuenta que así mi energía sea imperceptible a tus sentidos, trascenderá al horizonte donde será tu guía, y será una historia de amor sin fin alguno gracias a la complicidad de una y mil eternidades. Te amo mi luz”.

Juan Estéban Pombo. 20 años. Bogotá, Colombia.

domingo, 3 de agosto de 2008

Cuento a dos manos (Corregido)

Una tarde fría de junio a las afueras de la ciudad de Barranquilla Pablo, como de costumbre, escribía algunos versos. Sentado en un taburete, en la choza de paja en la cual residía, mientras escuchaba el soneto de un acordeón, reclinó su silla contra la pared de barro y guadua, recordando algún fragmento de José Félix Fuenmayor: "Verdad que yo sé que con mi flacura cada día se me ha ido saliendo el esqueleto más y más para afuera". Esto lo llevó a descubrir su cuerpo escuálido, y pensó que en sí mismo habría un buen cuento para escribir, pero recordó las caderas de Tomasa meneándose en el litoral al son de una cumbia y un tambor taciturno.
Tantas y tantas ideas volaban por su cabeza, como la silueta de las garzas reflejadas en el Mar Caribe, o como un sinnúmero de historias, similares a granos de arena… En ese momento pensó en escribir sobre la cerveza que bebía, u hondar en el tema de las mujeres vendedoras de cocadas de trajes coloridos asomarse con el acostumbrado vaivén de su cintura.
Luego miró, reclinado en su viejo sillón, aquel cielo colosal que le gritaba que tal vez no estaría tan sólo mientras una inmensidad lo cobijara así cada despertar. Olvidó aquel traspié tratando de plasmar algo en un papel amarillento cercano, a causa de tanta desesperación por no encontrar la combinación de las precisas letras. La última idea disparatada que se le pasó por la cabeza fue escribir un "manual para fumar un cigarrillo confortablemente", manual que seguramente lo sacaría de aquel anonimato de horas y horas tratando de escribir algo que agradara a alguien. Posiblemente esa seria su recompensa por horas y horas, tratando de transformar y reinventar palabras
— ¡Qué carajos!—, le gritó el flacucho hombre al cielo exasperante. Rendido ante este hizo trizas la hoja de papel, quebró el lápiz y se fue, directamente, al mar: ahogó sus penas en yodo, sal y agua.

Esa tarde el ocaso tal vez no salió. Agradeció a Dios de que, ni si quiera la puesta de Sol, presenciara su rendición absoluta. Frágil a la inclemencia de las palabras, escudriñaba entre los corales y los peces plateados la "chispa" que pudiese encender la leña de su imaginación.

Atención:

Se venden poetas existencialistas a mitad de precio.

Tal y como lo hacen…


Tal y como lo hacen…

A Alvaro Cepeda Samudio

—Teresa, ¿Alvarito no te pidió que fueras a su casa a buscar una caja?

Teresa estaba sentada en la mesa, leyendo cuentos infantiles. Su madre, que estaba en la cocina preparando atún, repitió:

— Teresita. Ve a la casa de Alvaro a buscar la caja.

La pobre, que había permanecido durante horas leyendo cuentos de Rudyard Kipling, tuvo que despegar sus ojos del libro y atender la orden de su madre. Tiró el entretenido texto sobre la cama, y prometió leerlo durante la madrugada. Así, con la misma ropa que llevaba puesta anoche, y con unas chancletas color azul, salió corriendo hasta la casa de Alvaro. Era una travesía muy arriesgada, ya que tenía que transitar vías, doblar esquinas, cruzar calles, y sumado a esto el viaje ponía a prueba su resistencia atlética, como aquellos que veía en la sección deportiva del Diario del Caribe. El calor del suelo casi calcinaba las suelas su calzado, lo cual le exigía alargar los pasos para apresurarse, pues a Alvaro no le gustaban los retrasos, eso ella muy bien lo sabía. Estaba ansiosa por llegar a la casa de El Nene que, según su madre, le tenía una grata sorpresa.

Hasta que llegó. Observó la gran puerta blanca que se encontraba justo después del jardín de flores rojas de su terraza. Mientras caminaba contaba los pasos, y trató de adivinar la hora mirando el Sol, como lo hacía Quique. Pero qué va: no pudo lograrlo: quién sabe cómo lo hacía el descarado, pero lo que sí pudo ver Teresa fue una mancha negruzca indeleble, que seguía su mirada adónde fuera.

Tocó la puerta incansablemente, al parecer no había nadie en casa. Poniendo su peso sobre la cintura derecha —tal y como lo hacen todas las chicas de su edad—, y enredando el dedo índice con su cabello castaño, esperó varios minutos. A través de la ventana de barrotes pintados forzosamente de blanco —un blanco que luchaba contra la testarudez del tiempo—, pudo observar a Juana, que llevaba en su mano unas agujas y trapos viejos.

— Hola, Tere, ¿qué haces por aquí?

Fue como un saludo de amigas de escuela.

— Qué tal, Juana. Vengo a ver si está Alvaro.

— ¿Alvarito? No, no está. Por aquí lo vino buscando Noé y se me escapó. Pero qué te parece si…

— ¿No sabes dónde estará?—interrumpió Teresa.

— ¿Dónde más, bobita?—pronunció jocosamente, con ánimos de burlarse. —Pues en La Cueva.

— ¿Será que sí me dejan entrar?—preguntó, mordiéndose la uña del dedo pulgar, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

— Tranquila… Si te llevas una escopeta en la espalda, seguro que entras. Espera, creo que él tiene una escondida por aquí.

Juana corrió a la sala de estar, sacando de una gaveta polvorienta y cubierta por telarañas una escopeta, cerciorándose de que no tuviera balas. Teresa no supo si regresaría, sólo hasta cuando escuchó el sonido de sus cabellos metálicos, moviéndose de un lado para otro.

— Aquí está, y no tiene balas—aclaró Juana, y luego sonrió.

— No te preocupes, yo no mato futbolistas, de ninguna manera.

Juana quedó desconcertada, sin respuestas en la base de datos, como diríamos ahora. Ni un adiós, ni nada: inmediatamente cerró la puerta, aunque ya Teresa le había dado la espalda, riéndose y tapándose la boca, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

Todas las miradas acechaban a Teresa, que tenía que hacer lo que sea para entrar a La Cueva. Recordaba las palabras de Alfonso diciéndole: “como entres a La Cueva, te saco a patadas”. Y a Figurita respaldándolo:

— Vas a ver: como me entere de que estuviste por aquí, le digo a tu papá que no te vuelva a llevar a Salgar.

Pero Teresa sabía que ahí estaba El Cabellón para sacar el hombro por ella. El mismo que le regalaba chocolaticos cada vez que venía de Nueva York, y supuso que si la sorpresa era inmediata, no podía dejar esperándolo.

La Virgen del bulevar de la Calle del Progreso levantó su brazo derecho para indicarle por dónde debía ir: dos cuadras abajo, casi llegando al final de Barranquilla, estaba el recinto de los intelectuales sin corbata, de los cazadores de palabras.

Alvaro, Noé y Alfonso estaban sentados en una mesa, discutiendo sobre la migración de los rolos hacia la Costa Atlántica.

— Esos cachacos —expresó Alvaro— se van a apoderar de esta ciudad. Tanto así que se va a llamar “Cachanquilla”.

Bebió un largo trago de Cerveza Águila, ese que tanto le gustaba.

Y Teresa, para no ser descubierta, se escondió en la parte de atrás de las barandas de madera, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad cuando no quieren ser descubiertas. Sin embargo, Alfonso reconoció el olor de su perfume: galleta de vainilla.

— Por aquí tiene que estar la pendeja esa—exclamó Alfonso. —Sal de ahí, Teresa.

Pero Teresa, negada a dejarse ver, siguió escondiéndose.

De repente apareció Alejandro, haciéndole señas a los tres, de que había encontrado a Teresa. Primero peinó su bigote con los dedos, y luego la agarró de las orejas. Teresa reaccionó con un “ay, ay, ay” intenso.

— ¡Ve, Alvaro, por fin cazamos algo!

— Eh, Alejo, cógela suave. —Dijo pasivamente Alvaro. La frase cayó como anillo al dedo, porque Alejandro apretaba sus orejas fuertemente, como si sostuviese un pincel.

Alejandro, aceptando la recomendación, soltó a Teresa y la levantó del suelo. “Esta va a ser tremenda”, debió pensar.

Al ponerse en pie, Teresa agarró los extremos de su falda, y saludó con una venia a los presentes, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

— ¿Qué haces por aquí, Tere?

— ¿Yo? Pues… mi mamá me dijo que tenía que ir a buscar una cajita a tu casa, dizque era una sorpresa.

— Ah, ya veo. El dic... —Alvaro se cubría la boca para dificultar la pronunciación.

— ¿El qué?—gritó Teresa.

— Sí, el diccionario que te iba a regalar. Resulta que Gabo se lo llevó, porque necesitaba uno. —Continuó—. Según él “se le podía quedar el léxico en el bus, con tan largo viaje”, y por eso se lo di.

— En qué problema te has metido, Alvaro —añadió Noé, burlándose—. De Teresa nadie se escapa.

Teresa estaba decepcionada, y Alvaro lo notaba en su cara. Nunca le había fallado, y ella siempre confiaba en su palabra. Afortunadamente pudieron encontrar una solución.

Cada miércoles, después de llegar del colegio, Teresa se iba directo para La Cueva. Obviamente era incómodo para el resto tener a una niña dentro del compinche, pero Alvaro acordó gastar las cervezas durante un mes si la dejaban entrar. Ante esa promesa nadie se negó.

De todas maneras llevaba sus libros de Kipling y Juan Ramón Jiménez al bar, para preguntarle por cada palabra que desconocía, tal y como lo hacen todas las chicas de su edad.

Christian Barandica Ruiz.

Filosofías (José Asunción Silva)

De placeres carnales el abuso,
de caricias y besos,
goza, y ama con toda tu alma, iluso;
agótate en excesos.

Y si de la avariosis te librara
la sabia profilaxia,
al llegar los cuarenta, irás sintiendo
un principio de ataxia.

De la copa que guarda los olvidos
bebe el néctar que agota:
perderás el magín y los sentidos
con la última gota.

Trabaja sin cesar, batalla, suda,
vende vida por oro:
conseguirás una dispepsia aguda
mucho antes que un tesoro.

Y tendrás ¡oh placer! de la pesada
digestión en el lance,
ante la vista ansiosa y fatigada
las cifras de un balance.

Al arte sacrifícate: ¡combina,
pule, esculpe, extrema!
¡Lucha, y en la labor que te asesina,
—lienzo, bronce o poema—

pon tu esencia, tus nervios, tu alma toda!
¡Terrible empresa vana!
pues que tu obra no estará a la moda
de pasado mañana.

No: sé creyente, fiel, toma otro giro
y la razón prosterna
a los pies del absurdo: ¡compra un giro
contra la vida eterna!

Págalo con tus goces; la fe aviva;
ora, metida, impetra;
y al morir pensarás: ¿Y si allá arriba
no me cubren la letra?

Mas si acaso el orgullo se resiste
a tanta abdicación,
si la fe ciega te parece triste,
confía en la razón.

Desprecia los placeres y, severo,
a la filosofía,
loco por encontrar lo verdadero,
consagra noche y día.

Compara religiones y sistemas
de la Biblia a Stuart Mill,
desde los escolásticos problemas
hasta lo más sutil.

De Spencer y de Wundt, y consagrado
a sondear ese abismo
lograrás este hermoso resultado:
no creer ni en ti mismo.

No pienses en la paz desconocida.
¡Mira! al fin, lo mejor
en el tumulto inmenso de la vida
es la faz interior.

Deja el estudio y los placeres; deja
la estéril lucha vana,
y, como Çakia-Muni lo aconseja
húndete en el Nirvana.

Excita del vivir los desengaños
y en soledad contigo
como un yogui senil pasa los años
mirándote el ombligo.

De la vida del siglo ponte aparte;
del placer y el amigo,
escoge para ti la mejor parte
y métete contigo.

Y cuando llegues en postrera hora
a la última morada,
sentirás una angustia matadora
de no haber hecho nada...

Y el ganador es...


José Asunción Silva, uno de los más destacados y eminentes poetas colombianos, nació en Bogotá el 27 de noviembre de 1865 y murió en esta misma ciudad, el 23 de mayo de 1896. Su obra poética es escasa y muy innovadora e influyente; arranca con un romanticismo de tono becqueriano para terminar presagiando el Modernismo.