domingo, 10 de agosto de 2008

Eterno Horizonte

Cautivo en un mundo lleno de desdichas, preso en una burbuja de infortunios y reo en el azar falaz de la existencia, se susurra un “¿Por Qué?”. Sin percatarse de lo circundante, por un camino espinado anda errante un personaje exhausto, desgraciado y un tanto nauseabundo de llevar consigo el peso que le ha puesto a su vida misma.

Es tan solo un ente… Dos hilos casi incorpóreos penden de su cintura, difícilmente perceptibles se distinguen sus piernas pareciendo que se moviesen por sí solas pero en realidad marchando gracias a un viento ajeno al pequeño universo del hombre, que paradójicamente ha creado él mismo; es inconsciente acerca de lo que le espera pero aun así continua con aquel viaje sin sentido y a la vez enigmático.

No ha sido siempre un paseante solitario, varios senderos se cruzan por el suyo y solo unos pocos se dibujan paralelos ante él tan solo por un tiempo. Observa viajeros como él y en su interior se susurra otra pregunta —“¿Será alguno mi asilo?”—. Sin reparo alguno estira su dedo pulgar (la vieja costumbre de un forastero, buscando quien lo lleve), y permanece expectante que mientras con un paso enredado siente como el soplo que deja el pasar de aquellos responden con un acérrimo ¡no!

Pasa mucho tiempo antes de volver a sentir presencias; sin embargo la ultima pregunta que surgió dentro de sí y temiendo que pueda obtener la única respuesta que conoce se aleja raudamente. Algo raro sucedió entonces, puso su mirada al lado del camino y vio un cuerpo real con un rostro radiante, la mente del hombre intenta describir lo que percibe y piensa —mujer de baja estatura, cuerpo generosamente modelado con la más fina y afable piel de dama, facciones delicadas, labios carnudos y sumisamente suculentos y apetitosos; se encuentra entonces con algo especial e intempestivamente él deja salir de su boca un sonido con altos decibeles de felicidad… ¿Risa? Efectivamente era risa que se había escapado de su mente mientras esta permanecía atrapada en el éxtasis de ver como los ojos de la mujer se hacían pequeños, algo arrugados y aun más hermosos cuando sonreía. Con todo eso y su dulce voz la mujer despierta aquella parte del cuerpo del forastero que se encontraba en un estado de hibernación inducido, su corazón latía nuevamente aunque no coordinaba muy bien por falta de practica ya al menos lo hacia.

Desde aquel entonces los dos paseaban juntos por el sendero… Ya no era un camino difícil si permanecían juntos. No transcurrió mucho tiempo para que pasaran de andar cerca a caminar de la mano, así cuando uno caía el otro caminaba lo justo y necesario por los dos.

Rápidamente, después de la aparición el hombre pasó de ser un perdedor a un perdido, en el amor, la pasión, la ternura y la bondad de la mujer. Aunque no lo hubiese dicho, para el viajante el nombre de aquella mujer siempre hubiera sido Luz, la luz que sacó de un letargo emocional a su ser.

De ahí en adelante los corazones buscaron la perfecta armonía, en las noches se permiten un espacio a solas cada uno, son cuidadosos y saben perfectamente que así lo mas importante sea el derroche de pasión, euforia, deseo y amor; la razón y la sensatez son los guardianes que deben mantener apaciguada la exaltación que las emociones provocan. Sosegados y dispuestos, cada mañana se levantan y continúan haciendo su historia, y gracias a la lucidez que llega cada noche repentinamente una voz interrumpe el silencio de la mañana aun somnolienta. Es el hombre quien en mitad de la senda mueve su cuerpo y lo postra ante la incomparable imagen de su bella acompañante y escapa de su boca un inviolable y sacro pacto —aunque este camino no será condescendiente y benévolo con quienes lo transitan, aunque el tiempo quiera deteriorar algo como esto siendo en ese caso nuestro peor enemigo o quiera curar las heridas del pasado queriendo ser nuestro mejor y único aliado, absolutamente todo dependerá del amor que vivo por ti e indudablemente tú por mí—. De la mano sabia de la esperanza la pareja sigue encaminada hacia un futuro de gozo y complacencia, el amor es el combustible que alimenta un par de cuerpos mortales a tal punto de hacerlos casi etéreos. Sin embargo, el camino mismo que se traduce para cada uno de ellos como su vida, se encarga de recordarles que son tan solo un par de seres perecederos y fugaces. La siempre eterna y constante premisa de la perfección con rastros imborrables de fealdad hace su aparición. ¡No es posible! El caminante de repente cae al suelo, su acompañante angustiada cae de rodillas a su lado, al parecer los dos saben que sucede, al parecer, el caminante ha cumplido con su tarea. Su hora ha llegado, antes de que su energía corporal se extinga, dice a su Luz con voz entrecortada sus últimas palabras: “Tu eres la respuesta a mi pregunta, pensé en que era imposible que esta fuese una historia sin fin pero ahora me doy cuenta que así mi energía sea imperceptible a tus sentidos, trascenderá al horizonte donde será tu guía, y será una historia de amor sin fin alguno gracias a la complicidad de una y mil eternidades. Te amo mi luz”.

Juan Estéban Pombo. 20 años. Bogotá, Colombia.

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