domingo, 3 de agosto de 2008

Cuento a dos manos (Corregido)

Una tarde fría de junio a las afueras de la ciudad de Barranquilla Pablo, como de costumbre, escribía algunos versos. Sentado en un taburete, en la choza de paja en la cual residía, mientras escuchaba el soneto de un acordeón, reclinó su silla contra la pared de barro y guadua, recordando algún fragmento de José Félix Fuenmayor: "Verdad que yo sé que con mi flacura cada día se me ha ido saliendo el esqueleto más y más para afuera". Esto lo llevó a descubrir su cuerpo escuálido, y pensó que en sí mismo habría un buen cuento para escribir, pero recordó las caderas de Tomasa meneándose en el litoral al son de una cumbia y un tambor taciturno.
Tantas y tantas ideas volaban por su cabeza, como la silueta de las garzas reflejadas en el Mar Caribe, o como un sinnúmero de historias, similares a granos de arena… En ese momento pensó en escribir sobre la cerveza que bebía, u hondar en el tema de las mujeres vendedoras de cocadas de trajes coloridos asomarse con el acostumbrado vaivén de su cintura.
Luego miró, reclinado en su viejo sillón, aquel cielo colosal que le gritaba que tal vez no estaría tan sólo mientras una inmensidad lo cobijara así cada despertar. Olvidó aquel traspié tratando de plasmar algo en un papel amarillento cercano, a causa de tanta desesperación por no encontrar la combinación de las precisas letras. La última idea disparatada que se le pasó por la cabeza fue escribir un "manual para fumar un cigarrillo confortablemente", manual que seguramente lo sacaría de aquel anonimato de horas y horas tratando de escribir algo que agradara a alguien. Posiblemente esa seria su recompensa por horas y horas, tratando de transformar y reinventar palabras
— ¡Qué carajos!—, le gritó el flacucho hombre al cielo exasperante. Rendido ante este hizo trizas la hoja de papel, quebró el lápiz y se fue, directamente, al mar: ahogó sus penas en yodo, sal y agua.

Esa tarde el ocaso tal vez no salió. Agradeció a Dios de que, ni si quiera la puesta de Sol, presenciara su rendición absoluta. Frágil a la inclemencia de las palabras, escudriñaba entre los corales y los peces plateados la "chispa" que pudiese encender la leña de su imaginación.

1 comentario:

Fabián Buelvas dijo...

Buen cuento, es un placer leerlos y seguirles la pista. Saludos